Aquella inmensa noche, aquel cielo estrellado y la inconmensurable pero adorada luna, guardarían uno de los mejores momentos de la efímera juventud de los días pasados.
A mi lado una intrépida mujer caminaba agotada por todo el ajetreo que presenta la vida; sin embargo aún le quedaban fuerzas para sostener mi mano con vigor.
Sobre mi hombro izquierdo agachó su cabeza y en un impulso parecido a un último suspiro de vida, ella se perdió en la fragancia de mi perfume. Por un instante esa mujer se convirtió en lo más valioso.
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