domingo, 11 de marzo de 2018

Anna

Era una noche especial para las personas que me rodeaban, una celebración de despedida por aquellas personas a las que el destino preparó aventuras y emociones en lugares lejanos, el bar, la amistad y todo el barullo se quedaban en el espectro del olvido al no ser el centro de importancia, debido a una mujer que logró captar la atención de varios de los que se encontraban en el lugar, era espléndida, de ojos marrones, cabellos tan rizados que era imposible no halagarlos y labios tan gruesos pero delicados a los que cualquiera dejaría adicto de un roce.

Me acerqué a ella al ver la torpeza de sus pies al tratar de seguir los ritmos latinos de la noche, intenté  encontrar su ritmo y su sentir mientras delineaba en su cintura la suavidad de los tambores, cada vez era más perfecta la armonía de sus pasos en combinación con los míos y para ello, las sonrisas fueron el plato fuerte, siempre hablándole al oído sin mantener silencios extendidos, con la simple finalidad centrarnos en nosotros, olvidar nuestro alrededor en una sinfonía de alegría y bailes.

La fuerza de la música y de atracción creada por el movimiento de los cuerpos, hicieron de una mirada y de un corto beso el comienzo de una noche que se extendería hasta la luz del día en un intercambio de conocimiento, abrazos, pasión y de efímero cariño. El iluminar del alba sería la habitación que guardaría todos los secretos y momentos de aquella inesperada reunión entre dos personas sin destino aparente de conocerse, y a su lado, el sonido de las olas se llevaría consigo todas las palabras intercambiadas. 

No sería la última vez que nos encontraríamos, ella era un alma salvaje en busca de emociones y experiencias, yo era un empedernido de la diversión que siempre anhela encontrar en las suaves y tersas manos de las mujeres una historia para el resto de mi vida y tan solo con eso, yo era feliz. 

Su nombre era Anna, su nacionalidad americana, su sonrisa de otro planeta y sus besos en mi cuello lo que más recuerdo.


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