lunes, 19 de marzo de 2018

Minna

Las almas intrépidas siempre encuentran en desesperados días, aventuras inefables que solo se disfrutan una vez, para luego ser parte de la historia de vida de sus protagonistas. Esta historia incluye 2 personajes que nunca pensaron que un cruce longevo de una mirada, les trasmitiría todos los sucesos que iban a vivir en una noche de infinitas estrellas. 

Todo empieza con una tranquila mañana sin reflejo de admiración, con la sed de la normalidad de los días, la humedad inocente del amanecer y el aborrecer de los días que empiezan temprano. Es aquí donde nuestro primer protagonista -él- empieza sin afán de locura a cumplir con sus tareas y compromisos del día, gastando su tiempo en cosas que para él parecen importantes pero que para la vida pasan desapercibidas. Entre las obligaciones a realizar, una destacaba sobre las demás, era una reunión importante ya que debía despedirse de una persona que había diambulado en su vida durante los últimos días. Como buen hombre puntual, llegó a recoger a la persona en cuestión al lugar donde residía, sin embargo se antepuso varios minutos a la hora señalada, por lo tanto se le invito a pasar a la residencia y esperar. 

A la par de esta acción, nuestra segunda protagonista -ella-, se encuentra saboreando la dulce sazón de la cocina local, sin pensamientos de extravagancia, locura o negatividad, simplemente dedicada a disfrutar, todo iba de acuerdo a la tranquilidad de sus idealizados días hasta que es interrumpida por una conocida para invitarla a conocer a un desconocido que venía de la nada. Bajo la obligación de saludar y así mantener la decencia que nos inculca la sociedad, subió la mirada y antes de poder decir una palabra el cruce de una mirada se dio, fue casi automático, como si el inconsciente supiera el futuro cercano o hubiera barajado las cartas del destino. 

En este punto nuestros protagonistas conocieron uno del otro su personalidad y forma de actuar, despertando en cada uno sus más olvidadas pasiones. Ese instante no fue el comienzo de un fragmento de vida, pareció más bien como el continuar de cuentos convertidos en obsesiones. 

Con los suficientes fragmento de las agujas del reloj, el tiempo de espera llegó a su fin, y nuestro protagonista -él- debía cumplir su compromiso, no le molestaba irse, porque en su cabeza ya había planeado volver a aquel lugar. 

Fue así como después de algunas horas nuestra protagonista -ella- fue de nuevo interrumpida por una voz aparentemente desconocida, pero que ya era más que familiar para su corazón, se trataba de aquel desconocido, cuyo nombre había olvidado en el mismo momento en el que lo escuchó por primera vez. Al verlo nuevamente a los ojos, su cabeza empezó a generar tantos pensamientos, como si tratara de descifrar alguna formula matemática que le diera respuesta a sus sentimientos y deseos, pero al final se encontró con una cuestión metafísica, algo tan imponente y fuerte que no podía explicar, solo le restó hablar como si de un enemigo se tratara, intentando negar aquellos impulsos que recorrían desde la más pequeña vena de su cuerpo hasta la más importante artería. 

Nuestro protagonista -él- preparado desde el momento que salió del lugar de los hechos, mostró la seguridad de aquel que no le teme los rechazos, ni a los golpes que la vida les proporciona a los soñadores. Tan solo en su cabeza tenía la idea de transformar las esperanzas e ilusiones en la realidad tangible que solo proporciona el universo en sus desdichados momentos de agonía. Nunca titubeó ninguna palabra lanzada por aquella mujer, siempre respondió con la sinceridad de su sobria cabeza. Y solo hasta el final de las horas, pudo ver vestigios de confianza bajo una primera sonrisa de sensualidad, comparada a las rosas rojas bañadas en el rocío de las mañanas lluviosas. 

Las horas transcurrieron en un cumulo espacio temporal de emociones, leguaje corporal, juegos mentales y desafíos físicos, que llegaron a su fin en la inmensidad de la noche estrellada. Nuestros protagonistas habían vencido el miedo a la incertidumbre que sintieron al mirarse por primera vez, levantaron juntos la confianza que solo se logra después de compartir toda una vida y sellaron en un apretón de manos la unión del deseo de los cuerpos con la inteligencia de sus pensamientos. 

El ruidoso mar, la suave arena y un afortunado bote fueron los testigos de la unión de dos cuerpos; la cama del hotel fue el espacio donde el desenfreno hizo presencia, y los segundos finales antes de decir adiós la única pizca de amor en esta historia. Minna, es el nombre de nuestra protagonista, su nacionalidad finlandesa, ojos del color verano su mayor atributo, y su inteligencia un verdadero placer. 

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