sábado, 31 de marzo de 2018

Susanna

Me costó demasiado tiempo contar esta historia, desde mucho tiempo atrás no encontraba las palabras para describir las cosas que rodeaban mi vida, no era más que un sin sentido consentido por la creencia de mi débil corazón hacía las efímeras visiones del futuro idílico, estaba encerrado en un caparazón que no paraba de girar alrededor de un espiral abaratado por púas del más duro material existente, dando vueltas y vueltas sin poder descansar o siquiera suspirar. El alcohol en mi venas era como una fuente nociva de destellos de vida, en la cual fluían mis miedos, caían en forma de alegrías y mojaban mi interior convertidas en tristezas, traspasando mis más puros sentimientos y convirtiéndolos en la nada, si, así, sin más, la nada. 

Dos años habían pasado desde la última vez que había tomado pluma y papel para plasmar sentimientos, emociones e ideas sobre el horizonte imaginario de las hojas en blanco. Mi vida había tomado el rumbo de vida que siempre soñé desde que era un niño, en el que idealizado por lograrlo, sacrifiqué años de juventud, aventuras descontroladas y amores perfectos; tarde comprendí que cuando recorres el camino sin atajos, ves cuan lejos e imperfecta es la cima por la cual has dejando tu todo. 
Y así, después de batallar con mis ángeles y demonios, decidí parar la guerra en mi interior con el fin de volver a empezar, de regresar al punto donde todo cambió, al lugar donde todo inició y a las personas que dieron todo por mi, algo así como cambiar el destino de las cartas. Pero al volver yo era tan distinto a como me fui, el lugar se había corrompido con el paso de los años, las personas se habían ido sin el más mínimo pensamiento de regresar; pero de eso se trataba iniciar una nueva vida, de tomar las piezas que te lanza el universo y unirlas en un intento de mejorarte a ti, al espacio que te rodea y a las personas que llegan a tu vida. 


Así transcurrieron los tres primeros días de mi regreso, aprendiendo de los cambios de mi entorno, de mis vivencias pasadas, de las historias de vida de las personas que iba conociendo, o de los amigos que me volvía a encontrar. Pero llegó el cuarto día, uno de aquellos que por más que intentes permanecerá en tu memoria, corazón y alma por el resto de las horas que sigas respirando, porque no se convierte en recuerdo, sino un evento tangible que puedes tocar cada vez que lo necesites. Era una noche de navidad en la cual pensaba descansar de mis memorias por algunas horas, pero en un impulso lleno de entusiasmo como si se tratara de una predicción metafísica me dió el empujon para salir a devorar nuevas experiencias, no tardé más de 2 minutos en ordenar una reunión de copas. Era una noche tranquila entre risas remembranzas, aunque todo cambio cuando por la puerta entró la protagonista de esta historia.


Ella, de cabello castaño ondulado, de labios delgados y largos, una nariz respingada casi perfecta, cejas tan curvas y contorneadas como si demarcaran la proporción áurea, y sus ojos tan impecables daban definición a la profundidad del mar, un tono tan verde como la sagrada naturaleza y a la vez te envolvían en la humedad de su lluvia de lágrimas. Sabía disimularlo muy bien, pero para mi era fácil reconocer la tristeza oculta en el carácter de las mujeres fuertes, después de todo había visto llorar a muchas de ellas frente a mi, sin poderles si quiera decir ¡Ánimo!; Este no iba a ser otro de esos casos, no iba a ignorar otra vez lo importante, ya que no era parte de la nueva persona en la que me estaba convirtiendo y sin importar lo que me costara, conquistaría su sonrisa. Y para lograr aquello que hiciera desmoronar su dolor, muchas horas de baile fueron necesarias, hacer de tonto bailando ritmos caribeños como si de un concurso profesional se tratara, de conversaciones profundas en las que me ignoraba y de enseñarle la delicadeza poco acostumbrada. Y si, logré una sonrisa, una de piedad, de esas que regalas en forma de agradecimiento por intentarlo, no me mostró nada más de ella, no quiso hacerlo y de esa noche solo con su aroma me quedé. 


Pocos días después concreté un espacio de reunión para celebrar mi fiesta de cumpleaños, ella era una invitada más entre las personas aglomeradas, me hacía añoranza verla, ya que quería saber si aún se encontraba devastada, pero para mi sorpresa, la razón de su tristeza la acompañaba esa noche y juntos vestían el traje de la felicidad, un hecho que no me molestó, estaba  tan acostumbrado a no demostrar ningún tipo de reacción antes las situaciones de la vida, pero en pocos minutos sospeché que tras ese disfraz se ocultaba algo, no tardaría mucho es descubrir las razones.


Desde esa noche perdí todo contacto con ella, de mi cabeza se había desvanecido ya, y así llegó un nuevo año, uno lleno de aventuras, actividades y viajes que me mantenían ocupado aprendiendo de lo desconocido y disfrutando de la tranquilidad de mis pasos. Había dejado el vicio empedernido del alcohol, los trasnochos innecesarios y mis demonios empezaban a calmarse. Estaba centrado en recuperar el tiempo en familia, las risas con los viejos amigos y de ayudar a todo el que me necesitara. De vez en cuando tomaba las noches por los cuernos y me reunía con amigos a la par que una simple botella de agua era lo único que calmaba mi sed. Una de esas noches, de esas en las que no esperas que nada extraordinario suceda, ella volvió a aparecer... y por primera vez pude ver su verdadero rostro, uno sin ataduras, con la incesante luz de su sonrisa mientras celebraba el alba de sus grandes ojos verdes. 


La noche era tranquila entre amigos, los ritmos de la salsa hacían que todos se levantaran a bailar, hasta que el sonido de los bombos y las trompetas al fin nos invitó a la pista para hacer alarde de nuestra destreza, o más bien de la de ella -Si, bailaba muy bien-, al verla lo único que pensé era en lo idiota que debí haber parecido las noches anteriores al intentar enseñarle a bailar, yo no era un fiel idílico de la salsa, pero entre mis torpes pasos, al menos lo intentaba, sin embargo ella rosaba lo profesional, sus movimientos eran estudiados, sabía perfectamente que paso hacer en cada compás, sabía contar la música con sus oídos y respirar el ritmo con sus manos. Era una persona completamente distinta esa noche, era su verdadero ser, su favorito, mi favorito. 


Después de bailar, hablamos de la vida, de nuestras experiencias, de nuestro presente y de nuestros ideales, nos conocimos tan bien que a la vez no sabíamos en realidad nada del otro, pero inmersos entre palabras empezó el espiral de atracción, que acompañados de un tequila sellaron en un beso el idílico momento, no terminaría ahí, para darle una continuación a esta historia, antes de dejarla en su casa, le di mi gorra favorita, que por caprichos de lo desconocido portaba aquella noche, con la única condición que debía devolvérmela la próxima vez que nos encontráramos, una excusa perfecta para volver a verla, aún no sé como se me ocurrió, pero no sería la primera vez que la sorprendiera con detalles de ese estilo. 


Así, la siguiente vez que nos vimos coincidía con la despedida de una amiga en común, era una buena ocasión para celebrar y había preparado un pequeño detalle que finalmente me iba dar la oportunidad de obtener una sonrisa sincera de su parte, aquello que más ilusión me hacía en ella. Cuando finalmente nos encontramos, ella vestía mi gorra junto con un corto vestido negro, no necesitaba más para verse increíble, y como lo prometió, me entregó aquello que me pertenecía y desde ese momento casi no nos separamos en toda la noche, hasta que esperé el momento preciso para darle aquel detalle que tenía guardado, al entregárselo su rostro lleno sorpresa fue gracioso para mi, pero rápidamente entendió de que se trataba, y sí, por primera vez vi aquella sonrisa que tanto buscaba en ella, una inexplicable, una de esas que no sabes de dónde sale, de sí tu cabeza, corazón o de tu alma. 


Más tarde aquel momento se vería arruinado por la aparición de un sujeto que le recordaría las penas y la prisión de sus días pasados. La vi llorar, y como en el pasado no hice nada, fui un cobarde. Aquel mismo sujeto más tarde y sin la presencia de nadie, me contaría sin preguntarle los sucesos que provocaron las lágrimas aquella noche de navidad y la tristeza de su corazón en los días posteriores, confirmando así mis sospechas. Ella nunca se enteraría de que yo sabía las situaciones por las que tuvo que pasar y a menos que lea este escrito, seguirá sin saberlo. 


Con eso en mente, mi propósito de mejorar sus días se convertía en una misión, una de esas que solo haces por aquellos que te importan, por aquellos que por alguna razón que no sabes, llegas a querer. Ella no había curado las heridas de su corazón y tardaría un tiempo en darme la oportunidad de volverla a ver. Muchas cosas pasaron en ese tiempo muerto, algunas aventuras y momentos que se quedaron en el olvido de las mentas inteligentes. No éramos la prioridad del otro, ni sentíamos una necesidad profunda por vernos, los dos sabíamos muy bien de que éramos capaces y de las cosas que podríamos llegar a hacer, éramos consientes de todos nuestros movimientos. 


Y así llegamos a la fecha de su cumpleaños, al fin había una razón para que me diera la oportunidad de volver a encontrarme con ella, al final de cuentas ella siempre manejó todas las situaciones a su antojo, tal vez por miedo, tal vez por indecisión o tal vez por las dos. Tres días de celebración continúo fue el resultado de su fiesta de celebración, tres días extraños para los dos, pues habíamos perdido la conexión que alguna vez existió, tanto ella como yo teníamos la mente en otro sitio, volvíamos a ser dos desconocidos, de esos que chocan miradas en los lugares más intrínsecos buscando conocerse entre la imaginación desaforada pero que no se atrevían a conocerse el uno al otro. 


A los pocos días me fui en busca de aventuras dentro de un viaje que duraría algunas semanas, me esperaban destinos alejados y difíciles de encontrar, donde la belleza y el silencio de la naturaleza calmarían la sed de un corazón afable. A la par, decidía por fin ir más allá de lo conocido, con el único fin de explorar nuevas culturas y de compartir nuevas experiencias aún inexplicables para la realidad, así, compré un billete de ida a lo desconocido, menos de un mes me quedaba en aquella ciudad que ya empezaba a hacerse conocida, con aquellos amigos que nunca dejaron de serlo y con la familia que me volvió a abrazar. Durante todo ese tiempo y de los pocos que me quedaban, no la ví, me era tan esquiva, como si me ocultara algo que no se atrevía a contarme. 


Y así, el mejor amigo que alguna vez llegué a tener, movió sus manecillas y adelantó el tiempo en un chasquido insoluble, mi tiempo estaba pronto a terminarse; pero a pesar de la rapidez de los días siempre encontraba minutos para pensar en ella; Las efímeras noches sin estrellas o la mirada profunda de otra mujer me recordaban su sonrisa más sincera, después de todo aún tenía un compromiso conmigo mismo que no había cumplido, no podía escapar de él, y en mi cabeza solo quería que aquellos últimos días quedaran en nuestras memorias futuras para ser contadas como días felices. 


Una cena, eso fue todo lo que le pedí, y aunque tardó un buen tiempo en aceptar aquella invitación, cuando al fin la volví a ver, recordé aquel primer momento, aquella primera impresión, nuevamente la tristeza era mayor a su belleza, trataba de ocultarla como solo ella sabía hacerlo y como si se tratara de aquella primera noche, volví a conocerla, pero está vez podía sentir su confianza y la verdad en sus palabras. Yo solo podía escucharla atentamente y cuando me daba espacio, acompañaba sus pausas con palabras sinceras que le inspiraban a sentirse mejor. Esa noche, una en la que se cumplían 2 meses de conocernos, una de luna roja, no podía terminar en una cena, aún debía sacarle unas sonrisas sincera, de esas que me acercaron a ella; para ello, bailar era la respuesta. 


No puedo describir correctamente los demás momentos de esa noche, los detalles son tantos y a la vez tan sinceros que solo deberían quedar en lo más profundo de nuestras memorias. Solo puedo decirles que nuestra historia no terminó esa noche, durante los dos siguiente días, estuvimos más juntos que separados, sabiendo que pronto la distancia se interpondría, al final como si se tratará de tres puntos continuos todo iba a quedar en el suspenso de una continuación, no sé si volveré a verla, o si la podré abrazar entre mis pensamientos, pero aún mi corazón cree en lo imposible. 


Susanna, la razón de este escrito, no llegó a mi vida para cambiarla, ni mucho menos para amarme, llegó para ser esa pequeña razón que te impulsa a ser mejor. Ella, una fuerte brisa marina que te descontrola y te empuja, pero que cuando deja de golpear tu cuerpo es cuanto más añoras que vuelva para que una vez más te haga sentir que estás vivo. Vino y se fue en un parpadeo perpetuo. Nunca le pertenecí ni consideré jamas que ella era mía, éramos fantasmas perdidos tratando de encontrar nuestros cuerpos. Una chica linda de Finlandia que me volveré a cruzar en el paraíso de lo inesperado, tal vez para entonces podamos entregar todo uno del otro sin ataduras y sin miedos. 


Por el momento, Kiitos... 


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